Rick Wakeman en Chile con su The Final Solo Tour.

Reseña por: Nicolás del Pozo

Fotos: Tais Rojas Almazán

Luego de 55 años de carrera el maestro Rick Wakeman decidió que esta será su última gira y nos visitó quizás por última vez en su calidad de legendario intérprete. The Final Solo Tour presenta a Wakeman en faceta solista y como el gran compositor y arreglista que es. El músico de 74 años contribuyó activamente a los discos esenciales de Yes así como a cientos de otros trabajos como músico de sesión para artistas como David Bowie, Elton John o Cat Stevens.

Debo reconocer que antes de comenzar sentí aprehensión al comprobar que solo lo acompañaría un piano acústico y un par de teclados, su ya clásico Korg Triton y un mucho más moderno Korg Nautilus, prescindiendo de su habitual ejército de hasta doce teclados y de gigantes como Lee Pomeroy o Tony Fernandez en la banda de apoyo. Pero lo que parecía una dificultad se tornó fortaleza. Wakeman ofreció una clase magistral de arreglo e interpretación en teclado(s), disecando cada tema con cinemáticos arpegios, implicando acordes y melodías tanto propios como de otros instrumentos, además de las voces, pero siempre conservando lo emblemático y lo fundamental de cada tema. Y a eso se agrega el exquisito arte del meddley; partes bien elegidas y secuenciadas, transiciones hechas con el hilo invisible de quien sabe arreglar y que traje vestir.

El show comenzó puntual con un meddley de su disco The Six Wives of Henry VIII interpretado usando distintas capas y zonas diferenciadas de los teclados digitales para proveer un arreglo más lleno y cercano al álbum aunque siempre muy suelto, con mucha libertad para explorar otras armonías y proponer otras tonalidades, sobre todo en las transiciones. 

Seguirían otras piezas, un popurrí de Space Oddity y Life on Mars de David Bowie fenomenalmente articulado para luego llevarnos de visita al Camelot del Rey Arturo y ofrecer un resumen magnífico de esta clásico álbum que, aunque tuvo inicialmente un problema de sonido (el Korg Nautilus estaba entrando «reventado» a la mesa), esto no fue obstáculo para que la perfecta selección e integración de las partes fundamentales mas emblemáticas se impusiera y deleitara.

Los temas fueron presentados en bloques de alrededor de quince minutos entre los cuales Wakeman, siempre afable, aprovechó de bromear e interactuar de una manera muy natural con el público en un teatro Teletón que, aunque casi lleno, proveyó suficiente intimidad para sentirse en el living.

Lo que siguió probablemente sorprendió a más de uno. Una interpretación de Sea Horses (del álbum Rhapsodies, 1979) en un lenguaje new age -muy Vangelis- nos dió una pausa perfecta para poder digerir lo ya presentado y cambiar de sabor con un arreglo delicado, tejido con ese cálido y clásico sonido de campanas o piano eléctrico sintetizado, que tal vez tomó prestado del mismo Yamaha CS-80 de Vangelis.

Seguidamente, el maestro nos ofreció un bloque de Yes, donde partes de temas tan oblicuos como Close to the Edge y The Meeting  se presentan, revisitan e integran convincentemente en una pieza larga -el formato preferido de la audiencia- con coherencia y dramatismo. Y funciona muy bien. La ausencia de pausas entre temas y, en su reemplazo, arpegios inteligentemente articulados como acordes de paso para modular a la siguiente tonalidad es simplemente genial. Se oye fluido y natural. Cómodo, como un pez en el agua porque sabe exactamente donde está, donde quiere ir y tiene las herramientas para llegar por distintos caminos. Y se ahí se vuelve fascinante, porque esos caminos son completamente desconocidos para la audiencia, se trata de pasajes completamente nuevos, quizás algunos improvisados ahí mismo.

Luego rindió homenaje a Lennon y McCartney, de quienes es gran admirador, a través de una combinación muy bien lograda de Help! y Eleanor Rigby en que re-arregló partes y orquestaciones para contar una historia alegre pero a la vez reflexiva desde el piano. Y para cerrar, nada mejor que la épica Journey to the Centre of the Earth presentada en formato compacto pero que alcanza a contar la historia en un recorrido épico en que Mr. Wakeman, con personalidad y sutileza, nos condujo al punto cúlmine y final de su presentación. 

Habiendo visto otros shows de Rick Wakeman en Chile, comparativamente este fue especialmente personal, en un formato solista que a otros dejaría expuestos y vulnerables. Por el contrario, a Wakeman parece fortalecerlo, y capitaliza magistralmente la oportunidad para mostrar cómo su técnica, capacidad de lectura y velocidad mental, además de un gusto excepcional para secuenciar, re-arreglar e integrar piezas suple la ausencia de una banda de apoyo y más aún, embellece los temas con un contexto diferente que nos permite comprender mejor sus intrincadas composiciones. 

Su técnica excepcional le permite enarbolar arreglos cinemáticos y llenos, tan bien apoyados armónica y rítmicamente que no se extraña a la sección rítmica. Es más, se vuelve una oportunidad para apreciar los ingeniosos arreglos de teclado, a veces enterrados bajo toneladas de guitarras, baterías y bajos, propios de la mezcla en vivo. Esa misma técnica suprema le permite conservar casi intacta la velocidad vertiginosa de sus arreglos, por lo cual es reconocido haciendo doblemente atractiva su propuesta. Difícilmente clasificable, lo de Wakeman es un estilo en sí mismo que  algunos dicen fue creado por un mago clavicordista y futurista del siglo XVII, que tomó una máquina del tiempo hasta el presente para poder experimentar indulgentemente con sintetizadores y así reinventar la música barroca.

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