Reseña: «Rio» de Trevor Rabin: “El legado de Yes y su sensibilidad pop: El guitarrista en una vuelta atrevida a los campos del progresivo»(2023).

Escritor: Patricio Benítez.

Trevor Rabin, un nombre que destaca en la historia del rock progresivo por haber llenado los enormes zapatos que dejaron Jon Anderson y Steve Howe en Yes durante los ochenta. Un trabajo que parecía imposible, pero que sin embargo logró con creces, dándole un giro inesperado a la banda, e increíblemente: Llevándola directamente al estrellato musical.

Sin duda, hoy en día el sudafricano brilla por ser uno de los más grandes compositores del 80’s art-pop, habiendo creado melodías gráciles y poderosas, propulsoras de joyas inolvidables como “Owner of a Lonely Heart” o “Love Will Find a Way”. Marcando así generaciones enteras y dejando una huella permanente en el canon musical.

Y aquí lo tenemos, después de casi treinta años de trabajos puramente instrumentales y/o bandas sonoras de películas, renovado de pies a cabeza trayendo un disco cuánto menos progresivo, atrevido y armonioso, lleno de florituras para desmenuzar.

Listado de canciones

1. Big Mistakes (5:34)
2. Push (6:48)
3. Oklahoma (6:52)
4. Paradise (7:03)
5. Thandi (4:22)
6. Goodbye (5:10)
7. Tumbleweed (4:08)
8. These Tears (5:18)
9. Egoli (4:03)
10. Toxic (5:45)

Temporización total 55:04

Alineación / Músicos

– Trevor Rabin / todos los instrumentos
– Lou Molino / batería
– Liz Constantine / coros
– Dante Marchi / coros

“Big Mistakes” se encarga de abrir el telón, encadenando al oyente de entrada con un riff envolvente y poderoso para dejar en claro desde ya, que este no es un disco de pop, sino que de rock trepidante y enardecido. Tenemos matices de Spock’s Beard y de otras bandas de progresivo moderno en algunos recursos de refuerzo vocal y en los sintetizadores; anonadados escuchamos a un Trevor de casi 70 años cantando sin esfuerzo unas líneas vocales altísimas y llenas de pasión. Estamos en Re mayor, surcando una canción soleada y llena de positividad. Un virtuosismo magno guía los instrumentos, tocados casi en su totalidad por el sudafricano; por momentos el bajo nos evoca al legendario Rickenbacker de Squire. El solo del final es catártico y chillante, todo anda sobre ruedas con una base rítmica tan fuerte.

Ok, tenemos una guitarra acústica, quizás dos, ¿Una guitarra y un ukelele? un piano, guitarra eléctrica ¿Una o dos?, percusiones, se suma la voz, ¿Qué acaba de pasar..? “Push” es una locura progresiva en toda regla.
La línea de bajo aparece hipnótica y las melodías tienen esa sensibilidad pop que cautiva, la guitarra y la batería están ocupadas generando un background inefable pero al fin y al cabo cómodo; puesto para el desarrollo de una estupenda canción de constantes cambios. Como si nada pasamos a una tonalidad menor, Trevor plantea  melodías atrevidas y rockeras, el bajo repiquetea; en otro cambio tenemos metal y teclados virtuosos, nada parece tener sentido, nada tiene por qué tener sentido. 

“Oklahoma” para mí, es la joya más grande del disco, lo tiene todo; emoción, orquestación, virtuosismo. Dos guitarras acústicas generan una atmósfera de inicio inigualable, picados, percusiones y repiqueteos; una delicia obligatoria para guitarristas. En cierto momento entra algo similar a un clavicordio, está en esa delgada línea entre lo clásico y lo esquizofrénico, Bach estaría orgulloso de esta intro.
Alternativamente un cambio arrastra todo hacia un mar de olas calmas; tenues. Las percusiones nos guían hasta la celeste voz de Trevor, que entona unas melodías hermosas y etéreas. Todo se desarrolla siguiendo la ley del mínimo esfuerzo, aparece un colchón orquestal que crece y crece infinitamente, se corporiza una guitarra brillante para dar lugar a un clímax cinemático y encantador, dejándonos la piel de gallina.

“Paradise” nos baja a tierra de un zarpazo con un riff pesado y de onda country, la voz de Trevor aparece filtrada por un vocoder pintando un paisaje divertido y amoroso. Los coros son prominentes y las líneas vocales impredecibles, tenemos un lindo groove y una canción sencillísima en estructura aparente. El estribillo es rápidamente memorizable y se repite un par de veces, todo muy stadium rock, suena grandemente a Asia. Una necesaria sección instrumental nos impacta a mitad del tema; Rabin sorprende cada vez más con sus trucos en la guitarra y sus contrapuntos atrevidos. La sección resuelve convirtiéndose en smooth jazz, ni preguntas ni respuestas.

“Thandi” inicia con unas guitarras y unas voces fuertemente procesadas, unidas entre sí pero dando la impresión de estar desconectadas, generando un sentimiento lisérgico y progresivo; un arreglo curioso, bordeando con el glitch-rock.

Entra la voz poniendo todo en su lugar y generando tensión, tan solo para descolocarnos segundos después, cambiando los ritmos a su antojo. Se repiten las secciones previamente coordinadas pero ahora parecen encajar mejor las piezas, ideas musicales tan cargadas precisan de más tiempo para ser construidas en los esquemas cognitivos del oyente; paciencia. Otro solo de guitarra para coronar el tema, Trevor amontonó todo lo que pudo en estos 4 intensísimos minutos, que acaban con el  tremor de una guitarra atrapada en un terremoto.

“Goodbye” sí que tiene un inicio country-esque, la guitarra acústica lidera la base rítmica y Trevor canta melodías sencillas, apoyadas por diversas armonías. Escuchamos un banjo y todo parece tener sentido; un tema de country hecho y derecho. Pero no, no del todo “Goodbye everybody. Goodbye I gotta go!” rompe Rabin con un estribillo fascinante, hecho para tocar en los 80 ‘s en un estadio lleno; grotescamente pop, pero pega como una inyección de dopamina intravenosa. Volvemos al country ¿Seguimos escuchando el vocoder? Extraña decisión, pero mantiene la vibra del tema intacta. Las armonías se amontonan sorprendemente para desencadenar nuevamente en ese estribillo (Van Halen / Journey / Boston / Yes)esco. La estructura se repite, es simple y es predecible, pero es imposible no cantarlo. Como siempre deja una sección virtuosa para el final, gran sonido de banjo, es innegable que maneja el instrumento a la perfección.

“Tumbleweed” es un cambio de longitud de onda, rápidamente nos remite a “Constant Bloom” de Moon Safari, una introducción vocal que es sin dudas un trabajo armónico inmenso. Pasados minuto y medio la voz aparece junto a una guitarra acústica, ambos suspendidos en una atmósfera de misterio nuboso. Realmente una canción envolvente y ambiental, que quiebra con las estructuras que veníamos discerniendo hasta ahora. La guitarra que aparece y desaparece dejando frases melódicas efímeras es una exquisitez, luego se introduce con ese final de acordes variopintos despidiendo este magnífico lugar seguro.

“These Tears” empieza entre unos pads y la voz decorosa, preservando la calma de la anterior canción. Un Re profuso aparece en la guitarra dándole inicio a una sección de desarrollo natural como la oída en “Oklahoma”, tan solo el armonioso canto guiando a su ensamblaje orgánico liminal. La intensidad se forma y se desmorona sin limitaciones, en general sentimos una constante suspensión en el vacío, una función sinusoidal ilustraría perfectamente los sentimientos hallados en estas lágrimas. Otra decisión atrevida de Rabin, dejando esta canción en una sinergia balanceada entre lo que es y lo que podría ser, al límite pero nunca llegando a volar.

En una primera impresión “Egoli” me trajo a la memoria “Into The Lens”; ni grandes semejanzas ni grandes diferencias, realmente. Constantes armonías vocales en interjuego caracterizan esta canción popera, quizás de las que más recuerdan a aquel viejo Yes; en esencia y en sonido. Colores brillantes se despegan de todos lados, un viaje movedizo por un paisaje verde y amigable, easy-listening, pero no está mal.

Al igual que el anterior track, “Toxic” suena como algo sacado del Big Generator, obra derivada, quizás compuesta en la misma época. No es estrictamente algo malo, es tan solo una observación. De todas formas, en su variedad y pensando la canción como la suma de sus partes parece cuajar; es divertida de escuchar, y tiene una producción excelente que supera con creces aquel sonido confuso que manejó la banda con ese disco. La nitidez en la voz de Trevor aporta muchísimo, así como los instrumentos acústicos y llenos de brillos que contrastan excelentemente con la parte más industrial y rimbombante del tema.

“Rio” es un trabajo fenomenal, lleno de idas y vueltas, colores expansivos y paisajes para descubrir y redescubrir. La esencia de un Yes optimista y acérrimo se mantiene intacta (sobre todo en algunas canciones), pero resulta un respiro de aire fresco frente a tanta música procesada y a una industria que a veces se hace trillada y repetitiva. Rabin es quizá, el exponente de Yes que menos se esfuerza por imitar su anterior sonido, el que menos melancolía proyecta, el que más crece; y eso se ve reflejado en este inmenso disco que nace de una madurez musical realizada, del pico más alto de su genio artístico.

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