The Power And The Glory de Gentle Giant : «Los encargados de poner elegancia y lo ecléctico»

Gentle Giant, The Power and the Glory, 1974

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Esta banda inglesa, indicada por muchos como paradigmática en la escena del progresivo, se formó en 1970 con músicos extremadamente virtuosos y multi-instrumentistas. Como corolario de la sentencia previa, también se los cataloga como la banda ecléctica por excelencia: incluyeron en sus discos elementos de la música clásica moderna disonante, jazz, rock, clásica de cámara, medieval, y todo lo que se les pueda ocurrir. Es, convengamos, como un extremo de lo que conocemos como rock progresivo. Para agregar un dato de color, ellos mismos se plantearon como objetivo expandir las fronteras de la música popular contemporánea a riesgo de tornarse sumamente impopulares. No podemos asegurar que lo hayan sido completamente, pero tampoco alcanzaron el éxito comercial de las bandas de progresivo más importantes y contemporáneas de su tierra (Yes, ELP, Genesis, etc.).

El disco que nos convoca hoy, The power and the glory, es el sexto de su carrera; sería injusto decir que los encuentra afianzados, porque desde que se dieron a conocer lo estaban, pero si algo más maduros, sobre todo en cuanto a la temática del disco: el poder y la corrupción, y la forma en la cual la abordaron – sobre todo con las letras – un poco polémica y desafiante; hoy estamos acostumbrados a sentencias de este estilo, aunque haya gente que no sabe diferenciar el sarcasmo y ataque a diestra y siniestra, o se sienta ofendida por todo, pero recordemos que pasaron más de cuarenta y cinco años: el mundo era muy diferente por entonces, y había temas tabú; solo unos pocos se animaban a hablar de ciertas cosas.

El arte de tapa muestra un rey de picas – una carta de póker – pero un poco modificada, con las facciones de este como escondiendo algo, empuñando una espada, desafiante y en guardia, típico de los que tienen poder pero están a la defensiva porque saben que algo no demasiado noble han hecho para llegar a esa posición; realmente es un buen trabajo; su mensaje llega.

El disco comienza con Proclamation, y con un grito de vitoreo hecho por una gran masa de personas; me es inevitable pensar en los discursos o desfiles del inefable Adolf, es fuerte. Inmediatamente después arranca un fraseo en el piano eléctrico, y entra la voz desfasada y con eco, lo que logra un efecto magnífico; luego del primer párrafo ingresa el bajo, que también va a contratiempo, no solo con el piano sino con la voz, ya no alcanzan dos oídos para entender todo lo que pasa. No contentos con ello, en el tercer bloque de letras hacen una especie de canon con las voces, es increíble. Termina con las mismas aclamaciones que al comienzo, lo que da paso a los instrumentos: entra la batería y se acelera el ritmo, que en capas de pianos se van solapando; aparece también el Hammond, y una línea en el piano que evoca al Vuelo del abejorro de Rimski-Kórsakov, se llega al clímax, y se ralentiza todo con las voces ingresando nuevamente. Unos dos minutos antes del final arranca la melodía inicial, pero a intervalos irregulares, incorporando sonidos de a poco, hasta que se logra la unión y, a un tiempo más acelerado que el inicial, se repite la letra, terminando con los ya enunciados gritos y un fade-out de la melodía.

Continúa So sincere con contrapunto entre el saxo tenor, las cuerdas, y el bajo, hasta que ingresa la voz de Kerry. Luego de unas idas y vueltas, se vuelve más “normal”, con la base de bajo y batería, y el piano acompañando en partes a la voz. Hay un corte, toma el protagonismo de la voz Derek, y se vuelve caótico nuevamente. Pasa de una fórmula a otra, con los característicos – sin aparente solución de continuidad – sonidos de todos los instrumentos, pero destacando los teclados de Kerry; esto es muy propio de la música clásica contemporánea, bastante difícil de digerir, aunque la mezcla que logra la banda la hace más amena a los oídos.

Sigue Aspirations, que arranca con un piano eléctrico tipo Wurlitzer, y la voz suave de Derek. Luego del primer párrafo, entra la base rítmica (¡como si fuera la primera en el disco!), aunque continúa con esa atmósfera calma, incorporando guitarras acústicas; va muy bien con la letra, que nos habla de sueños, esperanzas, justamente aspiraciones, el título le va de perlas.

Luego viene Playing the game, iniciando con una percusión de marimbas y vibráfono, y el sonido cambia, es más dinámico, como la letra. El rey ya está en su posición y defendiéndola, por lo tanto tiene que reflejarse en el ambiente, y se hace muy bien. A mitad del tema se pierde ese continuo, para regresar al contrapunto entre el piano eléctrico, la guitarra eléctrica, el bajo que hace una línea hipnótica, el Hammond, etc. Luego de este impasse, se retorna a la dinámica más clásica, con el Hammond como protagonista, y por detrás las marimbas, y hacia el final, se cambia el organo por la guitarra.

El quinto tema es Cogs in cogs, tal vez el que más intenso comienza, con los fraseos típicos de esta banda. Los diálogos entre los instrumentos, los arreglos de voces, todo está digitado de manera excelsa aquí. Prefiero dejar que el escucha lo descubra, redescubra, o se deleite. Siempre aparecen cosas nuevas al escucharlo, como si el sonido tuviera mil capas.

No god’s a man empieza con cierto aire medieval, con el clave y la guitarra acústica. Se plantea aquí la situación del pueblo contra el poder, y se siente la tensión en la melodía. Las guitarras son las grandes protagonistas, junto con el Hohner y el Hammond, en este tema.

The face vuelve al contrapunto, esta vez con el violín bien arriba, y el clave secundándolo. El ritmo es acelerado, muy acorde al violín de Ray, y la incorporación de la pandereta. Se pone de manifiesto que el poder se mantiene a como dé lugar, y tanto el ritmo como la impronta de Derek al cantar la letra van de maravilla con este concepto.

El disco cierra con Valedictory, donde se luce la entrada de la batería, y luego de unos ataques feroces al Hammond, se vuelve a la melodía del primer tema, pero más lenta, con más peso, la voz con mucho eco, con la atmósfera pesada. Es el fin del protagonista, que se sale con la suya; el solo – antes con el piano – vuelve intercalando teclados, lo que le da un tinte bufonesco, así como la vuelta de la voz. Hacia el final se va acelerando de una manera estrepitosa, y termina con el “Hail”, y el sonido de una cinta rebobinándose.

Ufffff, resulta tan complejo agregar conceptos generalistas al disco como escucharlo por primera vez y entenderlo por completo, que a uno le cierre. Como toda música vanguardista, no es fácil a primera escucha, ya que los límites establecidos por el estándar nos atrofian o limitan los oídos a escuchar patrones musicales; esto está muy estudiado, y por algo ciertos estilos y artistas tienen tanto éxito. No es mi objetivo crear una discusión sobre que es mejor o peor, si no poner en relieve que este tipo de bandas nos ayudas a extender nuestros horizontes auditivos. No importa qué o quién es mejor (me he pasado muchos años de la vida discutiendo eso, y nunca jamás se llega a algo, ya que los gustos son completamente subjetivos), si no saber que existen cosas más allá de lo que uno conoce; luego cada uno puede decidir si es de su agrado o no. Creo que lo más importante es el legado que nos deja Gentle Giant con todos sus discos, no sólo este, ya que nos obligan a romper los esquemas, a salirnos de la zona de comfort, de los lugares comunes.

Hablando estrictamente del disco, lo considero una obra maestra, donde lograron una comunión entre los instrumentos y las voces que es propio de unas mentes brillantes. Más allá de esto, como todo este tipo de obra, no es para escuchar todos los días, si no una vez cada tanto, e iniciar ese camino tan placentero de descubrir, una y otra vez, nuevos horizontes.

Músicos:

– Derek Shulman: voces, saxo tenor.
– Gary Green: guitarras, voces.
– Kerry Minnear: piano, piano eléctrico, organo Hammond, MiniMoog, Mellotron, marimba, clavinet, vibráfono, cello, voces.
– Ray Shulman: bajo, violines, guitarra acústica, voces.
– John Weathers: batería, pandereta, cascabeles, platillos, voces.

Juan Ignacio D’Iorio

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